La Nación – 08-10-2006

Entrelíneas

Un observatorio para la TV

Virtualmente sin marco legal, la sociedad construye instrumentos para regularla

En la semana que pasó, parte de la televisión privada sufrió en carne propia hasta qué punto le es difícil (o imposible) volver las cosas a su lugar una vez que se ha infligido a sí misma distorsiones y vicios tan profundos y persistentes.

El martes a la noche, miles de telespectadores sintonizaron tarde sus programas favoritos porque, sin que mediara aviso público previo, los programadores de los canales más sintonizados (Telefé y Canal 13) se habían puesto de acuerdo sotto voce para comenzar sus programas de la franja más competitiva en los horarios previstos, tras meses de impuntualidades.

A la noche siguiente, la del mi ércoles último, Telefé volvió a caer en las informalidades previas al acuerdo quizás enojado -todavía no explicitó su cambio de actitud por más que LA NACION insistió en obtener una información precisa por parte de autoridades de la emisora- por la programación sumamente inestable que presenta Canal 13 (cambios de día y de frecuencia de programas nocturnos, corrimiento de ciclos vespertinos, anuncios intempestivos de semanas o programas “especiales”, como el sorpresivo de Jorge Guinzburg, ayer), en tanto que el jueves a la noche pareció que el acuerdo de horarios nocturnos entre ambos canales tendía a restablecerse.

El precario marco legal de la TV -una ley de radiodifusión que sobrevive desde la época de la dictadura y que hace agua por todos lados-; el estado tradicionalmente catatónico del Comité Federal de Radiodifusión (Comfer) que, en el mejor de los casos, únicamente sabe “instar” a quienes sólo le prestan oídos sordos y, por lo tanto, no le hacen el menor caso; la preocupante anomia que presentan los empresarios del sector (licenciatarios, productoras y anunciantes, que avalan sorprendentemente callados tal caos aún cuando dañe en forma directa sus intereses) y la pasividad absoluta del público, que avala con su estoica presencia (así lo demuestran los ratings nocturnos, que no han disminuido) las trasnochadas de los programadores, han terminado dando, por delegación, la suma del poder público televisivo a sólo dos personas: Claudio Villarruel (Telefé) y Adrián Suar (Canal 13).

in límites legales, sin castigos del organismo de control, sin amonestaciones de sus propios patrones, sin quejas de sus avisadores, sin protestas por parte de sus proveedores de contenidos y sin una verdadera repulsa por parte de los televidentes (que, a lo sumo, se quejan, pero que son incapaces de apagar el televisor e irse a dormir a la hora que ellos deciden y no a la que les imponen los canales) ellos seguirán haciendo y deshaciendo a gusto, encaprichados en neutralizarse en una contienda casi personal, uno para defender con uñas y dientes su liderazgo; el otro para sacarlo de allí y entronizarse en la cima.

Pero, por suerte, no todo es parálisis: en tanto los sectores directamente involucrados con la TV -programadores, productores, anunciantes, el público y el Estado- no hacen absolutamente nada para salir de su autodestructivo atolladero, menos mal que desde los sectores académicos locales empieza a vislumbrarse una muy auspiciosa aproximación a las problemáticas mediáticas en busca de aportar ideas para revertir ese y otros desórdenes.

Los ámbitos universitarios, que antes se mantenían incontaminados y cómodos, resguardados en un mundo teórico y paralelo sin bajar al fango de la realidad, ahora cada vez más toman riesgos y piensan cómo convertir en herramientas concretas y útiles todo ese rico soporte intelectual que las respalda. La Universidad de Palermo, la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales y la Universidad de Quilmes están brindando aportes muy interesantes en la materia. Y no son las únicas.

Al respecto, la Universidad Austral presenta una inusual actividad en este campo. Por un lado, su Programa en Gestión de Contenidos “El desafío de la calidad en las empresas de comunicación”, en ocho sesiones a lo largo de tres meses (culmina el 10 de noviembre), logra, por fin, sentar alrededor de una mesa como expositores y participantes a gente de la industria que, más allá de las cumbres habituales para defender posiciones corporativas, pocas veces se aviene a reuniones más introspectivas y autocríticas.

Al respecto, la Universidad Austral presenta una inusual actividad en este campo. Por un lado, su Programa en Gestión de Contenidos “El desafío de la calidad en las empresas de comunicación”, en ocho sesiones a lo largo de tres meses (culmina el 10 de noviembre), logra, por fin, sentar alrededor de una mesa como expositores y participantes a gente de la industria que, más allá de las cumbres habituales para defender posiciones corporativas, pocas veces se aviene a reuniones más introspectivas y autocríticas.

Atención: lo verdaderamente innovador es que, por primera vez, se trata de romper el grueso muro que separa al recoleto ámbito académico del fragor del mucho menos sutil mundo cotidiano donde, por ejemplo, la televisión comercial argentina, sin regulaciones externas eficaces ni capaz de darse una autorregulación que la proteja de sus propios excesos que tanto daño le hacen, escribe una historia cada día más desordenada que, tarde o temprano, desembocará en su disolución.

Hace unos días visitó el país uno de los ideólogos de este bienvenido movimiento, el italiano Giuseppe Richeri, decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de la Suiza Italiana en Lugano y autor, junto con María Cristina Lasagni, del interesantísimo y muy actual libro Televisión y calidad: el debate internacional , que acaba de publicar en castellano La Crujía Ediciones.

Richeri dice que “a pesar de que los criterios para definir la calidad son tan numerosos, la mayor parte de las reflexiones parecen acordar: el sistema televisivo debe ofrecer una amplia elección de programas que deben diversificarse como géneros, como contenidos, como tipologías y estilos, como opiniones expresadas”.

Precisamente es lo que falta cada vez más en la TV argentina, que va sesgando sus ficciones y contenidos periodísticos hacia la encerrona del mero impacto, una televisión resultadista y chocante cuyo objetivo excluyente es obtener, como sea, el rating más alto.

El Indice de Calidad Televisiva de la Universidad Austral todavía está en una etapa inicial de elaboración y ajuste, pero tiene muy buenas perspectivas de poder ser instrumentado como una herramienta práctica por la industria audiovisual cuando esté definitivamente afiatado.

El ICT asigna un índice entre 0 y 100 puntos con los que evalúa los estándares de variedad, la coherencia entre la representación audiovisual y lo que se pretende mostrar, y la adaptación adecuada a la realidad que se quiere representar. Se miden bloques (no programas) entre las 20 y las 24 de los cinco canales abiertos. Habrá informes bimestrales y un anuario complementario. Durante el período julio/agosto de 2006, sobre cien puntos, según esta medición, la TV argentina obtuvo 59,93 puntos. Traducido a las calificaciones escolares (5,9 sobre 10), no le alcanzaría siquiera para aprobar raspando. Un dato más que elocuente.