Entrelíneas / Por Pablo Sirvén
Más acciones, menos palabras
La preocupación de los anunciantes por la TV debería dejar atrás cierta retórica
Nuevos programas, nuevos problemas. Con el regreso de conocidos ciclos, también vuelven viejos vicios.
Luego de décadas de artificioso y asfixiante encorsetamiento moral, político, estético y temático, a partir de 1983, la televisión argentina cedió a una natural, bienvenida y necesaria descompresión que ya nunca más se detuvo.
En poco más de veinte años, y acorde con diversas y graves patologías desarrolladas por el cuerpo social y, especialmente, por sus dirigencias y referentes públicos y privados, la pantalla chica fue corriendo peligrosamente su permisibilidad, quebrantando sus propias normas y degradándose en aras de impactos cada vez más perversos.
Notables valores artísticos, periodísticos y de producción se malogran forzados, como están, a transitar un recurrente y monocorde amarillismo temático en la ficción y en la no ficción. La nueva dictadura del sexismo de trazo grueso viola reiteradamente el horario de protección al menor; el frívolo avance de la cultura chimenteril husmea a toda hora y en cualquier rincón; avanza el espionaje, sin marco legal, de escuchas telefónicas y cámaras ocultas; y se enseñorea el estridente humor homofóbico (y su contracara oportunista y muy de moda, la “gaymanía” expandida, en sus múltiples variantes, hasta en ciertos dibujos animados).
Alentado por tan desaprensivo contexto, se genera otro curiosísimo fenómeno: procacidades y dobles sentidos de bajísima estofa, que no se atreverían a soltar en sus propias mesas familiares, son pronunciados en cualquier momento por comunicadores e invitados en cámaras o ante micrófonos de audiencias masivas, como prueba de ingenio o de mal entendida modernidad.
Los anunciantes están preocupados porque, como si todo lo anterior no fuese suficiente, los crecientes programas y bloques autorreferenciales de la TV propagan y expanden, una y otra vez, los peores desbordes, una suerte de “cuadro de honor” al revés que pone de relieve, con cínica ostentación, precisamente lo peor de su producción, sólo con el ánimo de divertir, jamás de corregir nada.
Las cuantiosas inversiones en profusas pautas publicitarias, paradójicamente, constituyen el principal sostén de todo el andamiaje de la televisión comercial. El bajo perfil que han desarrollado los anunciantes hasta el momento ha terminado por volverlos tan impotentes como los más indefensos televidentes. Por si fuese poco, además, esa pasividad les juega en contra de sus propios intereses específicos: pagan -y mucho- para que sus marcas sean promovidas en medio de contextos que ellos mismos juzgan por demás inconvenientes.
Pero, lentamente, las cosas comienzan a cambiar: 29 empresas -la mayoría asociadas a la Cámara Argentina de Anunciantes, que entre sus miembros concentran más del 50 por ciento de toda la inversión publicitaria- se han juramentado ser más estrictas a la hora de pautar sus avisos. La CAA se propone avanzar en el tema para establecer un necesario puente entre quienes arman la pantalla chica a su imagen y semejanza (productoras, directores de programación y noticias, comunicadores) gracias a los dineros de terceros (anunciantes y agencias de publicidad) no para controlar, sino para dialogar.
El desafío principal, claro, será ver cómo pueden romper el mero marco académico y sectorial, donde exclusivamente suelen verter su malestar (foros, publicaciones, encuentros privados, el premio Proyectando Valores -ver bases en www.camaranunciantes.org.ar- dirigido a estudiantes terciarios y universitarios)-, para penetrar, de una vez, en el mundillo televisivo, totalmente impermeable en la práctica a todas estas inquietudes, por más que le deba su existencia y porvenir.
Para que las cosas no queden en un leve despotricar retórico que nada cambia, anunciantes y publicitarios deberían tomar caminos más prácticos y contundentes, sin dejar caer precisamente aquellos instrumentos que ellos mismos generaron y que los acercaban a ese ideal (por ejemplo, la muy anunciada, pero todavía en veremos, creación de una productora propia de contenidos de televisión y el “Radar psicosocial”, que evaluaba los hábitos de exposición a la TV abierta y que fue discontinuado).
La Universidad Nacional de Tres de Febrero realizó hace menos de un mes una interesante encuesta telefónica entre 1018 personas. El 57 por ciento del universo consultado está convencido de que los programas en pantalla inciden negativamente en el desarrollo de la audiencia infantil; el 77 por ciento de la muestra considera que la TV exhibe muchas y/o bastantes escenas y lenguaje inapropiados para los chicos dentro del horario de protección al menor; porcentaje que se eleva nada menos que al 81 por ciento de quienes creen que los contenidos en el aire promueven la violencia en los menores de edad.
Actualizando una vieja idea del escritor Ernesto Sabato, el presidente de la CAA, doctor Luis Mario Castro, propuso ya hace un tiempo la creación de un Consejo Nacional de Radio, Televisión e Internet. En el seno de la CAA se estaría estudiando la viabilidad de introducir un ponderador de calidad a la tarifa publicitaria para que no todo se dirima en el altar del rating, como tal exclusivamente cuantitativo.
Además de su habitual premio anual a las mejores producciones de los canales, FundTV extendió hasta el 30 del corriente su concurso de guiones televisivos (ver bases en www.fundtv.org), un aporte más para elevar los contenidos, que sólo servirá en la medida en que puedan ser involucrados en estas acciones productores y programadores, hoy por hoy los verdaderos dueños y hacedores de la televisión que supimos conseguir.
