Niñez y Televisión
Es indiscutible la influencia de la televisión en las personas y en la sociedad. Esto está demostrado por muchos estudios serios. La publicidad y el marketing destacan el poder que tienen los mensajes televisivos sobre el público para hacerlos comprar y consumir lo que ofrecen. También, con ese poder, pueden hacer “comprar” valores, actitudes y conductas positivas o negativas. Los mensajes televisivos repercuten especialmente en los chicos. Se sabe que es fácil manejar un sector de la población que no cuestiona, y que absorbe con ingenuidad todo lo que se le da.
El año pasado la Unión Europea adhirió a la norma que prohíbe la promoción de juguetes en televisión. El argumento es que los menores de 12 años no pueden distinguir la publicidad de la programación. Si no pueden entender la naturaleza de un aviso, no es ético venderles de ese modo.
En la calle o en una plaza, sabemos que hay riesgos para los chicos. ¿En el interior de sus casas, no tienen derecho a encender el televisor sin riesgo para su desarrollo emocional e intelectual?. La sociedad y las autoridades tiene la responsabilidad de velar para que ese Caballo de Troya que es la Televisión, al entrar en las mentes y en los hogares, no exponga a los chicos mensajes que los perjudican. Desde siempre padres y maestros comprendieron la importancia de “fomentar las buenas compañías”. La televisión es en la actualidad una de las más poderosas compañías con la que cuentan chicos y jóvenes. Los mensajes televisivos pueden buscar servir no sólo al lucro, sino a la calidad de vida de sus televidentes. El rating no puede ser lo único importante para los productores de televisión. Se ha llegado a extremos absurdos con tal de llamar la atención unos pocos segundos.
Los empresarios televisivos son licenciatarios que administrar temporariamente ciertas frecuencias, con el compromiso previo de respetar las reglamentaciones vigentes y no para perjudicar a la comunidad que les otorga semejante concesión. La televisión no es una actividad comercial como las demás, porque atraviesa espacios públicos como las calles y el aire. Así como se exige calidad en los servicios públicos, corresponde exigir calidad en las programaciones. Es importante detectar y señalar cuáles son los aportes positivos de los medios, y diferenciar los efectos favorables de los adversos. Que los medios no refuercen los problemas sociales, sino que colaboren en la búsqueda de soluciones. Un tercio de la población mundial es menor de 16 años. Prestar un servicio a este sector no es algo que se refleje en la programación televisiva. No sirve de nada contentarse con descalificar lo existente, es necesario encontrar alternativas, mejorar los programas y promover la inversión en nuevas programaciones. Si se sostiene que la educación es el único camino para el desarrollo, ¿por qué no aprovechar la pantalla como herramienta para levantar el nivel educativo?.